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18.2.07

La estrategia detrás de Cristina Kirchner



Los proyectos electorales de Néstor Kirchner han tropezado, quizá, con un obstáculo apenas perceptible. Algo nuevo sucede en la República desde la muerte súbita del plan reeleccionista del misionero Carlos Rovira hasta la reciente parálisis abrupta de la reelección indefinida del riojano Angel Maza. Muchas otras ambiciones han caído en medio de ese corto proceso político. Por votación popular, o por la influencia que la sociedad aún tiene en instituciones parlamentarias, lo que parece haber concluido son los propósitos de perpetuidad en el poder. La noticia es buena por sí sola; nada es más contrario a una noción de democracia que la política dominada por feudalismos eternos o por personalismos mesiánicos. La novedad ayuda, además, a develar el final de un misterio. ¿Qué se propone Kirchner cuando entroniza a su esposa en la candidatura presidencial? ¿Tiene el Presidente todavía posibilidades de dar marcha atrás con la candidatura de ella? ¿No existe subyacente, acaso, la intención de establecer de hecho un sistema de reelección ilimitada, alternando un Kirchner con otro Kirchner? Digan lo que digan, la senadora Kirchner es la candidata presidencial del oficialismo hasta donde lo aconsejen las encuestas, convertidas en la fe y el dogma del gobierno. Lo demuestran no sólo el programa de giras internacionales de ella, sino también los supuestos "actos fallidos" de su esposo, que la nombra sin nombrarla como futura presidenta. Sólo las mediciones de opinión pública podrían obligar al Presidente a replantear su reelección. ¿Por qué el inesperado proceso de ruptura del reeleccionismo devela el final de ese misterio? Sencillamente porque el Gobierno podría hacer planes genuinos sólo con un mandato más, ya sea de Néstor o de Cristina. Suponer que cualquiera de ellos se iría en 2011 para ser relevado por otro Kirchner sería hacer planes sin tener en cuenta los recientes movimientos sociales. Además, la sociedad argentina se ha cansado tempranamente hasta de sus dictadores militares como para hacer programas de permanencia indefinida en el poder de la Nación. Más acertado sería creer en los verdaderos planes de Kirchner, un político que, después de todo, no carece de olfato ni de percepción. Esos planes se respaldan, antes que nada, en la certeza de que un nuevo mandato de Néstor Kirchner debilitaría al actual presidente en su segundo turno. Kirchner sabe que el peronismo oscila entre derechas e izquierdas, pero que sus raíces más profundas están en la derecha y no en la izquierda. El poder es lo único que mantiene a muchos de sus dirigentes al lado del Presidente y su proyecto progresista. ¿Qué harían De la Sota, Romero o los intendentes del Gran Buenos Aires si a Kirchner le quedaran cuatro años para volver a su casa? , se preguntan, no sin angustia, algunos condotieros presidenciales. Saben que aquéllos huirían muy apurados de la opresión kirchnerista. Un peronismo disciplinado, sobre todo bajo el liderazgo de Kirchner, necesita del poder y de la perspectiva del poder , concluyen. El plan consiste, entonces, en un período de Cristina, con la posibilidad de cuatro años más, y con su esposo sobrevolando la posibilidad del regreso. Es magia más que política, pero la política también está hecha de magia. Ellos lo saben. La magia sirve para disciplinar hasta que el truco se desvanece. ¿Qué fue el regreso de Menem si no un hecho de magia derrumbado bruscamente en un domingo de elecciones? De hecho, algunos consejeros presidenciales han tomado nota de que Kirchner no podrá volver nunca más una vez que abandone la poltrona presidencial. Salvo pocas excepciones históricas (Roca, Yrigoyen, Perón) todos los presidentes argentinos quisieron volver y no pudieron. Dejemos de lado, por lo tanto, la magia reeleccionista que ya comenzó a desvanecerse por las desdichas de varios gobernadores. Hasta ya sería tarde, después de tanto bambolear la candidatura de Cristina, para cambiar a Cristina por Néstor. No es tarde, desde ya, para los plazos jurídicos ni para las posibilidades políticas, pero la mutación afectaría a estas alturas los futuros bríos políticos del Presidente, encandilado con la idea de imponer a su esposa como próxima presidenta. ¿Por qué, además, el matrimonio Kirchner debería ser imprescindible para el control del poder nacional? Ninguna elección tiene los resultados asegurados con ocho meses de anticipación. Es lo que falta para que los argentinos elijan un presidente para un nuevo mandato. Las encuestas actuales son relativas, porque pocos confían en ellas y porque la sociedad no entrevé inminentes esos comicios. A pesar de todo, debe reconocerse que el Presidente y su esposa cuentan con un margen importante de ventaja sobre sus opositores. El problema de Kirchner es que su gobierno tiene una capacidad tan notable para acumular poder como para cometer inexplicables errores. Consigue las cosas que se propone, pero convierte esas victorias fácticas en derrotas políticas o morales. La impericia y la torpeza con que manejó el conflicto del Indec les dejaron a sus opositores un amplio margen para trabajar con una sociedad que siempre les desconfió a los datos oficiales sobre los precios. Relevó a una funcionaria a la que podía no renovarle su contrato con sólo esperar a que éste venciera dentro de muy poco tiempo. Durante casi un año, Kirchner respaldó a un secretario de Agricultura y Ganadería, Miguel Campos, encerrado en sus rencores con el crucial sector agropecuario. Rompió el diálogo con los que tenía la obligación de hablar, tal vez para quedar bien con su duro Presidente. El Presidente puede ser duro, pero no sus funcionarios; así, la administración corre el riesgo de quedar aislada. Se necesitó sólo de su relevo y de su reemplazo por un kirchnerista dialogador, como el nuevo secretario, Javier de Urquiza, para que los problemas con el campo comenzaran a resolverse. El Estado de Kirchner es un Estado contradictorio. Voraz para conseguir acciones de empresas de servicios públicos, es ineficaz hasta ahora para hacerse cargo de sus deberes: la salud pública está en crisis permanente, la educación universitaria es una regresión nacional y la inseguridad se agrava en la sensación y en los hechos. A cambio de ello, el Gobierno le condonó una importante deuda a la empresa que controla los aeropuertos, se metió en la compañía con un paquete minoritario de acciones y perdió la oportunidad de crear un organismo de control eficiente, técnico e independiente, para supervisar un servicio que es monopólico por definición. ¿Quién le demandará ahora al Estado las insolvencias de los aeropuertos si el Estado será parte inservible de su propiedad? Ni siquiera pudo frenar a Hugo Moyano en su decisión de nacionalizar el conflicto con Uruguay. Moyano ordenó que todos los camiones y taxis llevaran el emblema "no a las papeleras", aunque no explicó si se refería sólo a las uruguayas o también a las argentinas. El único mérito de esa controversia era, hasta ahora, que la mayoría de la sociedad argentina no había tomado partido. Moyano intenta convencerla de otra cosa, justo cuando Kirchner prepara su gobierno para una ronda de negociaciones con Uruguay. El gobierno nacional no ha hecho nada para frenar los desatinos del líder sindical. Ocho meses significan mucho tiempo, en efecto, pero no tanto como para hacer del error una costumbre política. Por Joaquín Morales Solá Link permanente: http://www.lanacion.com.ar/884569

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