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16.10.07

UNA SALSA MEJOR CONDIMENTADA

Reflexiones de la diputada nacional Norma Morandini con motivo de la próxima elección presidencial en la Argentina.

Una salsa mejor condimentada
Mal podremos erguir al país de su debacle política si no nos amparamos en el respeto,
si no se restituye el debate, si la verdad no es un valor compartido. Relac: 0-->Multi: 0-->
“Que los cordobeses se cocinen en su propia salsa”, dicen que justificó Juan Perón la intervención a la provincia de Córdoba, gobernada entonces por Ricardo Obregón Cano, elegido legítimamente en las urnas. Corría el año 1974 y el líder miraba con desconfianza hacia la dupla poco alineada de los cordobeses, el gobernador y su vice Atilio López, quien había sido secretario General de la combativa CGT en Córdoba y pagó con su vida y la de otro integrante del gobierno, el contador José Varas, secuestrados el 16 de setiembre de ese año por no subordinarse al verticalismo palaciego. Y los cordobeses nos cocinamos en la más pestilente de las salsas, la que se condimentó con la delación, las persecuciones, el miedo, el dolor y las muertes, que como un ensayo general anticiparon en nuestra provincia lo que después se generalizó en el resto del país. Y nuestra Córdoba, que pasa de ser “heroica” a “arrepentida”, la que con el Cordobazo ganó patente y respeto de rebeldía, hoy sólo importa por los votos que aporta. Cuesta simplificar con un adjetivo lo que dejó el reciente proceso electoral. No ya los resultados, sino las sospechas, la defraudación que nos llenó de vergüenza, pero que paradójicamente fue una gran contribución al resto del país. Fue el cuestionado escrutinio cordobés el que motivó a la Cámara Electoral de la Nación a poner luz pública sobre los comicios del 28 de octubre: convocó a los partidos y a las organizaciones ciudadanas para que colaboren en la fiscalización para garantizar la transparencia y la limpieza de las elecciones de las que saldrá el nuevo presidente de los argentinos. Por ahora una función nombrada en masculino, pero las nuevas candidaturas de mujeres van imponiendo, también, la feminización del lenguaje. Las argentinas ya estamos lejos de aquella ironía de las feministas europeas cuando decían que la verdadera igualdad iba a existir cuando las mediocres también fueran ministros. Un chiste que Isabel Perón, en la presidencia, inhibía a las argentinas de soltar la carcajada, pero hoy, más allá de la ironía, la participación de las mujeres en la política, si es medida en números, pone a Argentina entre las primeras naciones del planeta. Sin embargo, nos hace pensar si en realidad el país cambió o no consigue innovar su matriz palaciega, de un presidencialismo fuerte a expensas del debilitamiento de los otros poderes. Sin importar si viste faldas o pantalones. Éste debería ser el gran debate electoral de un país que exhibe una recuperación económica, pero que no reconoce la gran debacle institucional de 2001, cuando el enojo popular clamó por el “que se vayan todos”. El último domingo de octubre podrá consagrar, si no la vuelta de todos, el regreso a las bancas de los muchos que hicieron que la política sea el gran puente roto entre la ciudadanía y sus representantes. Prepotencia numérica. Aun cuando mal consigo imaginar cómo será el Parlamento que surgirá de las próximas elecciones, sí sé, porque lo padecí, cómo funciona la prepotencia numérica, ese pelotón de la mayoría que decide cuándo hay sesiones, qué leyes se aprueban y que canceló el debate precisamente en el Parlamento, ese parlare que está en la base del “pacto verbal” de la democracia, como la describió Octavio Paz: “La sociedad humana empieza cuando los hombres comienzan a hablar entre ellos, cualquiera haya sido la índole y la complejidad de esas conversaciones... y como metáfora: el pacto verbal es el fundamento de nuestras sociedades”. Por eso perturba tanto la ausencia de diálogo, o sea de política, como que sobreviva la lógica de confrontación, conmigo o contra mí, la apropiación del “nosotros, los argentinos” y los que somos críticos porque entendemos que nos asiste el derecho, el país es de todos, nos erizamos cuando desde el poder palaciego se refutan las críticas como ataques. A la par, el marketing político intenta cancelar el conflicto, inherente a la democracia, y tal como sucedía en los años del terror, bajo grandilocuentes ideas moralizadoras, se busca dar una apariencia de normalidad y todo aquel que ose manifestar una idea diferente se lo cancela o descalifica. Por detrás del rostro más visible de esta tendencia a la uniformidad o a la unanimidad, se esconde nuestro atraso cultural político, que no consigue incorporar como práctica de convivencia, como legitimidad del poder, como juego político, lo que define a las democracias modernas: la igualdad ante la ley. Por eso la pluralidad y una legalidad basadas en los derechos humanos. Tal vez porque indagué sobre el pasado de terror cuando, en general, la sociedad no quería oír, ahora que todos hablan, soy yo la que se resiste a oír y me obsesiona el anuncio de los derechos, ya no tanto como anticuerpos al “nunca más”, sino como la base sólida de una democracia que se precie. No deja de violentar que en nombre de los derechos humanos no se haya erradicado el deber a obedecer y la disciplina partidaria como la lógica del cuartel. Por eso, en la mitad de mi mandato, antes de que los resultados justifiquen y expliquen el lugar en el que nos sentamos en el recinto, quiero reiterar mi compromiso con los valores, que son universales, contrapuestos a los intereses que son privados. Porque creo profundamente en la libertad, o sea, la dignidad humana, me violento cuando desde el poder nos dicen lo que debemos hacer o nos retan como si fuéramos niños. Si dos años atrás entendí que todos los argentinos debíamos colaborar en la reconstrucción del país, hoy constato que sobrevive el “al don Pirulero, cada cual atiende su juego”. Y, por eso, mal podremos erguir al país de su debacle política si no nos amparamos en el respeto, si no se restituye el debate, si la verdad no es un valor compartido. Porque aun cuando la mejor lección de la historia es que no se aprende de la historia, el siglo pasado demostró que no hay ningún fin noble que justifique métodos innobles. Y en la Argentina reciente hay demasiadas invocaciones intangibles como las de quienes en nombre de la Patria terminaron matando a sus compatriotas o en nombre de la revolución terminaron sacrificando a toda una generación. Tal vez lo único que nos falta probar a los argentinos es una auténtica democracia que no cree falsas prioridades, entre el combate a la pobreza y la institucionalidad. Si la ley es el instituto que consagra la igualdad, mal se puede terminar con esa contingencia que es la pobreza –ni una identidad ni un destino– si no se apela a la igualdad. Reclamar para que el Congreso funcione y cumpla con su función de control equivale a combatir las desigualdades que generan la violencia y la pobreza. Un compromiso que no depende de los que se erigen como nuestros dueños ni de los números: tan sólo de la subordinación a los valores universales que, como derechos ciudadanos, son el alma de la democracia.
Norma Morandini
Columna de opinión publicada en el diario "La Voz del Interior" el 15 de octubre de 2007.

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