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7.12.09

Lo que no fue

BALANCE
Cristina Fernández se pensó como la gestora de la “calidad institucional”. Pero aterrizó con el valijagate. El gabinete de segunda mano tuvo la oportunidad de empeorar y la aprovechó.
Susana Viau - 06-12-2009 - criticadigital

Néstor Kirchner circunscribió el dilema de su sucesión a un acertijo banal: “¿Pingüino o pingüina?”. En su sistema de creencias, al más alto cargo de la Nación podía accederse mediante un simple pase de manos. De todos modos, un amplio sector de la opinión pública supuso que, amainada la tormenta económica y social que la arrojó a esas peripecias, la performance de Cristina Fernández mejoraría la de su marido. Como prueba, su currículum de legisladora. La Presidente tenía horas de oratoria y acumuló más: 621 discursos pronunciados a lo largo de 730 días y en ocasiones por cadena nacional, una de las novedades que introdujo la prometida “calidad institucional”. La apuesta que rezumaba voluntarismo entrañaría un fracaso formidable.Cierto es que, en plena gimnasia preelectoral, la aspirante sufrió un traspié del que no logró recuperarse: la valija de Antonini Wilson no se había llevado puesta la virginidad de los Kirchner en materia de escándalos de corrupción, pero hacía diana en el financiamiento de la campaña. Piadosa, la jueza María Servini de Cubría ha diferido sine die la aprobación del balance 2007-2008 del PJ, donde resplandecen los aportes provenientes de droguerías quebradas y traficantes de efedrina.El vino joven descansaba en odres viejos: el gabinete fue una réplica del primero. En verdad, Alberto Fernández nunca había tenido la cintura de Eduardo Bauzá, Aníbal Fernández jamás pudo competir con Carlos Corach y Carlos Zannini, la pluma de los decretos y las leyes del príncipe, era apenas una sombra del habilidoso Roberto Dromi. Sin embargo, el tiempo enseñó que todo puede ser peor: Fernández Aníbal no cumple el rol equilibrante de Alberto y Florencio Randazzo es un desvaído remedo del quilmeño.El proceso que condujo al conflicto con el campo y a la derrota de la resolución 125 tuvo el sello inocultable del regente. Y fue él quien pretendió minimizarla induciendo a la Presidente a responder con su renuncia al desaire senatorial. A partir de ese momento, el descenso de la popularidad oficial fue imparable y paralelo al envilecimiento de los mecanismos institucionales: salieron de la galera elecciones anticipadas y candidaturas “testimoniales”. Ni con eso. Nadie pudo culpar al Congreso del descalabro del 28 de junio: eran los ciudadanos los que doblegaban al brutal estilo “K”. A partir del nuevo escenario, los cucos desestabilizadores de Néstor fueron sustituidos, en las pesadillas destituyentes de su esposa, por el campo, “los intereses concentrados” y la prensa. Para ahuyentarlos y mediante variadas formas de cooptación de voluntades, se obligó a sancionar, una a una, las normas destinadas a limpiar de escombros el camino patagónico al 2011. Se aprobaron la liquidación de las AFJP, los superpoderes, la ley de medios, el presupuesto y la reforma política. O, lo que es lo mismo, reforzamiento de una caja exangüe y silenciamiento de las críticas. No se pudo evitar, de cualquier forma, que el jueves último, en Diputados, la carroza de Cristina Fernández se volviera calabaza. El ahora legislador estuvo a punto de repetir el desatino de la madrugada del 17 de julio: la orden de no bajar al recinto tenía la misma factura que la propuesta de dimisión presidencial. Caía el telón sobre la mitad del mandato: los tibios aplausos partieron de un bloque resentido y minoritario y de un acto callejero donde los colectivos superaban con creces a la concurrencia. Ni siquiera estaban presentes las verdes pecheras de los camioneros.

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