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18.3.07

Estamos viviendo una mentira institucional


Mariano Grondona

Cuando el Imperio Español quedó acéfalo por la captura del rey Fernando VII a manos de Napoleón en 1808, los criollos del Virreinato del Río de la Plata aprovecharon la oportunidad para poner en marcha su proyecto independentista. Pero debieron hacerlo cautelosamente, para evitar la previsible reacción de los monárquicos. A partir de la Revolución de Mayo de 1810 proclamaron entonces que asumían el poder en nombre de Fernando y sólo hasta que cesara su prisión. Como el propósito real de los patriotas argentinos era conquistar la independencia que se animarían a proclamar abiertamente en 1816, hasta ese momento se pusieron lo que dio en llamarse "la máscara de Fernando". Esta fue la primera vez que los argentinos se pusieron una máscara . La primera, pero no la última. En todo sistema político media cierta distancia entre lo que Ferdinand Lassalle llamó la "constitución escrita", que figura en los papeles, y la "constitución real", que impera en los hechos aunque no figure en los papeles. Pero esta distancia, mayor o menor según las circunstancias, en ningún lugar fue tan grande como en el Imperio Español. En la lejana España, el rey dictaba normas ideales, bienintencionadas, como las leyes de Indias. En América, la realidad corría por cuerda separada. Por eso los españoles de América solían decir que "los mandatos del rey se acatan, pero no se cumplen". Los argentinos hemos heredado de España esta profunda dualidad entre lo que se anuncia y lo que se hace, entre la máscara y el rostro. Esta no ha sido la tradición institucional anglosajona, donde impera la palabra enforcement , que proviene del verbo to enforce , "hacer cumplir". Para nosotros, una ley existe con sólo anunciarla. Para los anglosajones, una ley sólo existe cuando se la cumple. Aristóteles observó en La política que una ley no es tal cuando se la promulga formalmente sino cuando, porque se la cumple, termina por encarnarse en la sociedad bajo la forma de un hábito colectivo . Sólo entonces pasa a ser una verdadera ley. Aristóteles aconsejó por ello a los legisladores que no aprobaran leyes sin estar seguros de que las podrían hacer cumplir porque, en caso contrario, sólo lograrían desprestigiar el concepto mismo de la ley. Nuestro Alberdi se burló de estas revoluciones caligráficas , de las leyes utópicas que sólo imperan sobre el papel. El rostro y la máscara En su artículo primero, nuestra Constitución dice que "LA NACION Argentina adopta para su gobierno la forma representativa republicana federal ". Esta definición, ¿alude hoy al "rostro" de la Argentina o sólo es su "máscara"? Nuestra constitución "real", ¿es verdaderamente representativa, republicana y federal o es, al contrario, un despotismo enmascarado? Si la Argentina fuera, en verdad, "federal", sería otra la distribución de sus recursos tributarios. Nadie puede negarle al Presidente el mérito de haber logrado que, por primera vez en mucho tiempo, los ingresos del Estado nacional superen sus gastos. Pero este juicio laudatorio tendría que ser acotado por la observación de que, así como un cuerpo es cóncavo si se lo mira de un lado y convexo si se lo mira del lado opuesto, a la percepción del superávit de las cuentas nacionales habría que oponerle la percepción del déficit de las cuentas provinciales. En tanto que el superávit nacional se mantiene, el déficit provincial crece. ¿Hay entonces un verdadero superávit global en el que concurren tanto la Nación como las provincias o hay una realidad compuesta de superávit en un nivel y déficit en el otro nivel, a los que habría que evaluar en forma conjunta? La pregunta se vuelve más urgente si se advierte que, mientras que el Estado nacional ha mejorado decisivamente sus ingresos a partir de la reciente creación de tributos como las retenciones a las exportaciones y el impuesto al cheque que sólo él cobra sin la coparticipación de las provincias, éstas han pasado a depender cada vez más de los subsidios del Estado nacional. Lo que se obtiene de todo esto no es una visión federal en virtud de la cual la Nación y las provincias comparten en forma equitativa y estable los recursos tributarios, sino una visión unitaria en virtud de la cual las provincias dependen, para subsistir, del arbitrio nacional. Chile o Francia son naciones unitarias que se dicen unitarias. Los Estados Unidos o Brasil son naciones federales que se dicen federales. La Argentina es una nación unitaria que se dice federal. Una nación cuyo rostro se esconde detrás de su máscara. Algo similar podría decirse de la definición de la Argentina republicana . Lo que caracteriza a las repúblicas en oposición a los regímenes absolutistas es que, en ellas, la palabra "poder" no se pronuncia en singular, el poder , sino en plural, los poderes. En las repúblicas hay tres poderes independientes, el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial, que se controlan recíprocamente. ¿Podría decirse en nuestro caso que el Congreso controla efectivamente al Presidente, o habría que decir que sigue pronta y mansamente sus instrucciones? En un país donde a cada presidente ha correspondido casi siempre una nueva Corte Suprema hecha a su imagen y semejanza, ¿alguien podría afirmar sin sonrojarse que existe un verdadero "poder" judicial? De lo cual hay que concluir que la Argentina presenta hoy la paradoja de una república absolutista . Republicana en su definición. Absolutista en su funcionamiento. ¿Queda el consuelo de pensar que, al menos, nuestra Nación es "representativa"? ¿No votan acaso en ella periódicamente los ciudadanos para elegir a sus representantes? Desde el momento en que uno de cada tres argentinos vota desde una situación "clientelística", en función de la cual tanto los receptores de planes sociales manejados políticamente como aquellos empleados públicos sobrantes, que son desempleados reales, deben votar por aquellos que los financian por temor a quedar desamparados, lo que debe concluirse es que la Argentina de hoy es representativa sólo en forma parcial. ¿Qué hacer? Nuestro sistema político esconde un rostro absolutista por detrás de una máscara representativa, republicana y federal. Según lo habíamos anticipado al comenzar la sección anterior, el sistema político argentino es un "despotismo enmascarado". Ante este contraste entre lo que decimos ser y lo que verdaderamente somos, caben tres estrategias. Una es un realismo tan crudo que bordea el cinismo. Después de todo, dicen los cínicos , "esto es lo que hay". ¿A qué rebelarse? Contra ellos, un generoso sentimiento idealista nos impulsa a resistir y superar mediante un extraordinario esfuerzo esa Argentina que no queremos ser. Contra el cinismo, ¿cabe entonces una valiente campaña de denuncias, una revolución moral ? Resignarse a lo que hoy somos implicaría, de un lado, abandonar el sueño de una democracia en ascenso. Pero pretender del otro lado una inmediata regeneración moral sería tropezar con una de esas utopías que, sin bien pueden salvar a las almas individuales que las intentan, podrían no movilizar efectivamente a toda una nación. Entre el descreimiento de unos y la exaltación de otros, lo que nos queda es, en definitiva, un largo y escabroso sendero de superación. Por Mariano Grondona Link permanente: http://www.lanacion.com.ar/892426

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